Lamine Bathily nos cuenta su historia

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Un día en la vida de un mantero, claro está, no es igual a lo que concebimos como una típica jornada laboral. No solo por la precariedad de su trabajo ni tampoco por carecer de horarios preestablecidos. A la informalidad hay que sumarle un estado de vigilancia permanente: un día de trabajo de un mantero puede durar 8 horas o 15 minutos. Todo depende de la eficacia de la policía.

El día que conocí a Lamine Bathily y le conté que quería pasar un día con él y ver cómo trabajaba, me dijo que esa jornada había sido productiva durante la mañana. Por la tarde tuvo asamblea con sus compañeros del Sindicato de Manteros y, al salir, quedamos frente al centro comercial de las Arenas de Barcelona, cerca del centro de la ciudad. Lo vi llegar arrastrando un carro con una niña que no superaba un año y que era hija de una amiga suya, catalana. Se la estaba cuidando mientras ella estaba en el dentista.

“A los 9 años de estar aquí empecé a relacionarme con la gente, a conocer a muchas personas, a hablar, a tener amigas y amigos, gente de aquí que me cuida y que me empieza a querer”, me dice Lamine mientras subimos la calle Tarragona. La niña duerme dentro del coche y Lamine me comenta que a día de hoy ya tiene casa de gente autóctona donde puede ir a dormir en caso de que lo necesite, que se siente “como si estuviera con mi familia, como si estuviese dentro en casa”. Ha tardado 9 años en conseguirlo. Nos damos las mano y quedamos para el sábado.

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Fotografía LAUREANO DEBAT